Pablo, cariño, hoy estás en el colegio mientras escucho a un periodista español hablar mal de ti. De ti y de otros tantos niños como tú que nacisteis con una genética no común: un cromosoma extra que, a ojos de algunos, obliga a haceros de menos. Menos seres humanos, menos merecedores de lo que nos corresponde a otros, menos respetables. Y todo por nacer con síndrome de down. Un día te diré que me molesté al escuchar a ese señor, como te molestará a ti. Y, después, te explicaré por qué algunas personas, desgraciadamente, piensan así.
Algunos no lo dicen tan claro, pero dicen cosas parecidas cuando, al pensar en ti, les das lástima o, peor, rabia, porque no viven conforme a la vida que ellos dictan que todos hemos de vivir. Cuando te ven, piensan en una vida con memos “calidad”, una vida de dificultades y penurias, una vida de desgaste y en blanco y negro. ¡Y qué equivocados están! Tú, mamá y yo, sabemos cuántas veces tenemos que hacer esfuerzos extras, claro que sí, que vamos a otro ritmo, que a veces nos preguntan por qué, en ocasiones, no se te entiende del todo. Sí, pero no conocen el gozo y la alegría de conseguir nuevos y pequeños retos, no conocen la felicidad de un nuevo y diminuto logro, no conocen la satisfacción de un esfuerzo recompensado por un breve paso. Viven sus vidas sin dificultad o apartándose de ella, y se han acostumbrado tanto a esas vidas, que no son capaces de apreciar el esfuerzo de otros y la alegría que se encuentra en ese camino.
Quizá para ellos la felicidad es la ausencia de esfuerzo o dificultades, y allá cada cual con sus fantasías, pero que nos tengan que venir a decir a nosotros, con esa arrogancia, que no podemos ser felices, que nuestra vida es un despropósito o una aberración, no estoy dispuesto a escucharlo sin levantar la voz, ¡faltaría más! Si sus ojos están manchados con el corrosivo ácido del materialismo, nosotros apostaremos por el amor y el humanismo; si su voz se alza en favor de una sociedad con unos pretendidos patrones de perfección humana, nosotros gritaremos más alto en favor de la compasión y la vulnerabilidad de todos; si se sienten ofendidos por nuestra alegre presencia, caminaremos más firmes y más contentos, orgullosos de quienes somos.
Pablo, hijo, siempre he dicho que nunca te cambiaría por nada, y en diferentes foros he defendido esta idea, con muy distintas reacciones. He dicho, y me reafirmo, que si me dieran la posibilidad de que desapareciera el síndrome de down, no lo borraría. Y quiero que sepas que no lo haría porque dejarías de ser tú, y a ti, como eres, te quiero con todo mi corazón. Así eres tú, y así te quiero. Y así soy yo.
Por eso, siempre que puedo, hablo de ti. Porque eres un orgullo, y porque quiero que el mundo sepa lo que también puedes enseñar: mucho amor, amor sin vendas ni rencores, un amor limpio y sincero, el cariño en bruto, sin trampa ni cartón, siempre muestras lo que hay, sin esconder nada y sin fingir algo que no existe; enseñas la compasión a través de la vulnerabilidad, y cómo podemos acerarnos a otro ser humano, independientemente de nuestros recursos; enseñas el esfuerzo y la tenacidad, porque cada paso tuyo exige tanto que puedes ser un ejemplo para todos de constancia y persistencia; y enseñas, desde una frágil ingenuidad, que lo importante es ser, no tener ni hacer. Enseñas, cariño, y me has enseñado, a replantearme qué es lo que de verdad más importa en esta vida, y que no es conseguir una alta calidad de vida, sino vivir con una alta calidad de amor en esta vida.
Los que tenemos la suerte de creer y confiar en Dios, es cierto que tenemos el camino más fácil, y a Él le pido que también a ti y a nosotros, nos ayude en este amar y en el caminar.
Son muchos, muchísimos los amigos, que aquí en México y en España, también te quieren y te ayudan. A ellos, a vosotros, nuestro eterno agradecimiento. Sabéis cuánto os queremos. Y, por desgracia, habrá también quien no te entienda – nos entienda -, o quien no se atreva a indagar o a decirse a si mismo que es un camino maravilloso. Ambos merecen nuestra compasión, pero también nuestra firmeza.
Por eso hoy escribo estas letras, para decirte que te quiero. Sí, como todos los días, y hoy, más que nunca, gritarlo al mundo. Y esta vez, desde la firmeza y el cariño, alzar ese grito lejos y, especialmente, a todos los que te quieren y te ayudan: ¡gracias por estar cerca! Y, a los que no lo hacen, me permito susurrarles pobres ignorantes, pues no saben lo que se pierden.
Te quieren, tu padre y tu madre, tu familia, y tanta y tanta gente. ¡Te queremos así Pablo!
PD. Un vídeo, una entrevista que puede que sirva para algo bueno. Quizá, por su brutalidad, sirva para despertar a quienes se manejan en la complacencia o se parapetan en la ignorancia de no saber a dónde podemos llegar con ciertos planteamientos. Gracias a «La Pandereta» por el corte. Y, sobre todo, gracias a Rafael y a Nico